Hilma Af Klint: la geometría de un torbellino

26.10.2013 14:41
En un tiempo en que para ser artista de éxito hay que dominar las redes sociales, tener ojo para los negocios, buenas dotes de relaciones públicas y, con suerte, en el tiempo que quede libre, crear algo, la aventura de Hilma Af Klint (1862-1944), la mística sueca cuya obra se exhibe en el Museo Picasso de Málaga coincidiendo con los fastos de su décimo aniversario, resulta aún más extraordinaria si cabe. “Se podría decir que más de cien años atrás Hilma af Klint pintó para el futuro. Y el futuro es ahora”, indica la comisaria de la muestra, Iris Müller-Westermann, que ya ha pasado por el Moderna Museet de Estocolmo y el Hamburger Bahnhog de Berlín antes de hacer escala en esta ciudad.
 
Af Klint se sitúa, de alguna manera, en las antípodas de Picasso. Frente al ser mediterráneo, de una exuberante fuerza vital y artística, una mística escandinava, que cuidó de su madre ciega y no tuvo descendencia. Frente a la copa de la que siempre se bebe y que siempre está llena, una copa vacía para asomarse a otros mundos. Pienso en el arte de Picasso, en la campestre y arrolladora sensualidad del fauno, pero también en las fotografías que se exhibieron en la muestra ‘Álbum de Familia’, en este mismo museo, donde encontrábamos al artista rebosando de presente, de hijos, de mar, de juegos y de pintura que no quiere trascender la vida, sino afirmarla como máxima deidad.  
 
Frente al sol del artista superdotado que pensaba que un creador debía reinventar el idioma de su propio tiempo, y que gozó del éxito como ningún otro pintor moderno, encontramos a Hilma Af Klint: la luna, lo femenino, lo oculto. Así dejó su legado, más de un millar de obras que pidió que no se mostraran al público hasta transcurridos al menos veinte años de su fallecimiento.
 
Lo excepcional, en cualquier caso, es la obra de esta francotiradora cuya ambición nada tenía que ver con lo mundano. Por la infrecuente convivencia de lo figurativo y lo abstracto; por cómo aborda las grandes cuestiones filosóficas sirviéndose de un simbolismo que es a un tiempo personal y universal, a la manera de Blake; por el dominio técnico, la dimensión y la exquisitez de sus propuestas, que beben o se adelantan al suprematismo, o a la abstracción de Kandinsky, pero llegan hasta ahí por otro camino, con una impresionante libertad creadora. 
 
Hay reglas, pero para ir rompiéndolas. Hay frialdad matemática e investigación filosófica, pero de algún modo, en la recreación de lo cósmico y de lo invisible que se opera en el lienzo, Af Klint, con sus colores, sus cisnes, sus formas orgánicas y geométricas, sube la temperatura del espacio que ocupa en lugar de bajarla.
 
Quizá porque la inspiración no venga sólo del más allá, sino de la intuición de una naturaleza y un universo matemáticos, como demuestra la insistente repetición de la sucesión de números de Fibonacci. Aún andaban lejos de los fractales, o de los viajes psicodélicos, pero Af Klint, como la médium que fue, visitó esos y otros futuros, como sugieren algunas de sus obras, que presagian el 'flower power' de los sesenta, o se aventuran por el camino que iría tomando la abstracción de la mano del expresionismo americano. Es inevitable pensar en la capilla Rothko cuando se contempla el retablo que ella creó en 1915. 
 
Más allá de la teoría, una cosa une a Af Klint con Picasso: su exposición celebra la pintura como medio, y es una verdadera fiesta para la mirada. Con ella el Museo Picasso Málaga se suma a los esfuerzos por redefinir el canon del arte moderno y contemporáneo y trazar un mapa que incluya a quienes merecen un hueco, independientemente de dónde hayan nacido y otras circunstancias fortuitas, como su sexo, o su expreso deseo de pasar desapercibidos.  
 
No parece casualidad que la obra de Af Klint, espiritual y cálida, cerebral y apasionante, haya viajado en el tiempo hasta llegar a su simbólica antípoda mediterránea, expresando esa unidad de opuestos que esta insólita artista tanto defendía y anhelaba.  No se la pierdan.

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